
He pasado por varios momentos distintos a lo largo del tiempo en mi manera de ver el tema relacionado con las fotos (rachas de querer hacerlas y otras que no; almacenarlas o clasificarlas; romperlas o conservarlas; en color, blanco y negro o sepia; de lejos o primer plano; posado o natural; en marco o sin él; en la mesa del trabajo, en la cartera, o solo en casa; en digital o manual; de monumentos tipo postal o con personas; etc…)
Pero hay una cosa que nunca antes me había ocurrido y sentí hace muy poco tiempo.
Es una sensación muy rara, una mezcla entre certeza interna y negación. Ocurre cuando estás haciendo una foto y sabes que en algún momento te verás delante de ella echando de menos aquel instante porque jamás se volverá a repetir.
Es como fotografiar una farsa, un momento supuestamente feliz viéndote desde un futuro triste que vendrá inevitablemente. Y aunque hagas mil fotos para frenarlo, para que se congele el presente en ese instante concreto, no lo conseguirás: el tiempo seguirá adelante y con él los acontecimientos que tanto has evitado que ocurrieran. Ellos acaban imponiéndose.
Y la foto ahí, gélida, te mira para recordarte que podía haber sido de otra forma.