Estoy contenta, me he dado cuenta de una cosa, y es que he estado contribuyendo a una buena causa durante el periodo que ha durado mi última relación: “el Javi”, el hijo de mi peluquera tiene moto nueva, último modelo, después de que Pili, su madre, hubiera zanjado un día el tema de la compra con un: “te he dicho que no hay, que te la compre tu padre en vez de andar por ahí invitando a chicas de tu edad”.
Decía que siento que he tenido algo que ver en ello porque he pasado más tiempo allí que en mi casa. Pensad que cuando sonaba el teléfono de la peluquería me levantaba yo por si era para mí. Un día el Javi me dio el beso de saludo a mí en vez de a su madre.
Lo cierto es que este tiempo me he puesto más mechas que la bruja avería y se me ha quemado tanto el pelo de meterle secador que se me han abierto hasta las raíces.
Me he convertido en una yonki del tinte y cuanto peor me encontraba por dentro más color me metía. Creía que estar “arreglada” arreglaría mi pareja, y así, a fuerza de mechas, acabaría por encenderse la del amor.
Pensé que eso tenía que ver con la felicidad …y no me equivoqué tanto porque el Javi anda por ahí dando vandazos con su supermoto, y al verle la cara se me alegra un poquito el alma.